domingo, 22 de mayo de 2011

El asedio a Barra de Potosí

Silvestre Pacheco León

En su libro Las Venas Abiertas de América Latina, el escritor uruguayo Eduardo Galeano, cuenta que la riqueza mineral del cerro de Potosí en Bolivia, era tal, que en las noches resplandecía. A tan memorable riqueza saqueada por el conquistador español se hace alusión cuando se dice: “Bien vale un Potosí”.

Potosí se llama en Guerrero a una de las lagunas más bellas de Petatlán, localizada al poniente de la cabecera, que se extiende desde el cerro del Huamilule, al pie del océano, hasta conectarse el oriente con la laguna de San Valentín. Las dos lagunas reciben el tributo de los ríos de San Jeronimito y Petatlán, haciendo de la franja costera un verdadero paraíso de vegetación exuberante, abundante pesca y humedal que alimenta las huertas siempre verdes de cocoteros.

La rica y bella laguna de Potosí tiene para dar y compartir su mismo nombre a la extensa bahía de diez kilómetros de playa de arenas blancas, que comparten Petatlán y Zihuatanejo, frente al aeropuerto internacional de Ixtapa.

Entre la laguna y el mar, frente a la barra natural de arena que separa a esos dos cuerpos de agua, se asienta el poblado, Barra de Potosí cuyos habitantes son apenas unos cientos que viven de la pesca y de los servicios que prestan a los visitantes en decenas de enramadas, unas con vista a la laguna, otras al mar y todas de espaldas a las huertas de cocoteros.

Políticamente el poblado pertenece al municipio de Petatlán y la verdad es que fueron petatlecos los primeros habitantes del lugar. Su historia como asentamiento humano resulta parecida a la que cuenta Gabriel García Márquez en su novela, Cien Años de Soledad, cuando el primero de los Buendía decide marchar con su familia derribando monte para fundar Macondo.

Todo fue por la aventura que era entonces adentrarse en el paraíso. La pesca abundante y el clima benigno, eran para quedarse. No había razón para ir y venir desde la cabecera, cada vez que quisieran, y menos si era en familia.

Así creció el pueblo de la Barra. Primero una, luego dos y después más casas construidas con materiales del cocotero. La fiesta la hacían los domingos recibiendo a las familias que llegaban de Petatlán, dando un rodeo por los linderos del municipio de Zihuatanejo, donde se habilitó un camino de acceso, precisamente en en pueblo de Los Achotes, evitando las ciénagas temporales y permanentes que impedían el paso de las carretas.

A 15 kilómetros de distancia desde la carretera costera 200, sembradas entre las huertas, las casas de Barra de Potosí pasaban desapercibidas para los visitantes que llegaban directamente a la playa. Fue con el terremoto de 1985, cuando el mar se tragó al pueblo, que se supo la cantidad de damnificados.

Con el apoyo de la Media Luna Roja el pueblo se reconstruyó, las calles se alinearon y sus habitantes pudieron ser contados. Entonces llegaron algunos servicios. Se construyó el edificio de la escuela primaria, Frida Kahlo, y se introdujo la luz eléctrica. La carretera que entronca con la costera tomó el carácter con su carpeta asfáltica durante el presente siglo. Todo lo demás es reciente, pues incluso las casas de veraneo que pueblan la costa, las más viejas, no tienen siquiera medio siglo.

A finales de los noventa el presidente municipal de Zihuatanejo construyó un tramo de camino costeando el mar, que facilita la comunicación a todo lo largo de la bahía de Potosí. Desde Playa Larga hasta Playa Blanca, ahora uno puede ir en vehículo desde las estribaciones del cerro de Agua de Correa, en el extremo poniente de la bahía, hasta los pies del cerro del Huamilule, a 10 kilómetros de distancia.
Nunca, ninguna autoridad ha pensado en las bondades de impulsar proyectos para el desarrollo de la comunidad con el aprovechamiento sustentable de los recursos naturales.

Cuando los funcionarios no son promotores del despojo de los lugareños para quedarse con las riquezas naturales, suelen ser cómplices de los inversionistas privados que depredan sin misericordia lo que es de todos.

La historia por la disputa del territorio costero es abundante en luchas sociales y en violencia. Lo que se va imponiendo en éste proceso es el poder del dinero. Donde la organización para la lucha ha permeado, se notan logros importantes, pero al final todo apunta a la reproducción del mismo modelo excluyente, los primeros pobladores y sus familias terminan siendo expulsados o a lo sumo empleados como sirvientes de quienes han podido comprar y construir para el disfrute placentero de aquellas bellezas que van menguando ante la falta del concepto de sustentabilidad en el crecimiento urbano.

Desde la década de los setenta, bajo el poder de los Figueroa, se fraccionó una parte de playa que en aquella época se conoció como Farallones, para abandonarse más tarde sin ninguna inversión relevante. Dos décadas después y al calor de la lucha cardenista, un grupo de campesinos sin tierra se posesionó del lugar invocando el derecho sobre la misma por su carácter baldío. En contraparte y alentados por los supuestos dueños del terreno, los campesinos ejidatarios de El Zarco las reclamaron como suyas invocando a su vez una solicitud para la ampliación de su ejido. El alto valor del suelo motivó una lucha violenta que ha cobrado ya varias víctimas, aunque al final se le ha concedido el derecho a los primeros invasores quienes luego de fraccionar han vendido en lotes la mayor parte de su frente de playa y sus pobladores van quedándose alejados del mar, aunque el lugar lo llamen así mismo, Playa Blanca.

A finales del siglo pasado y principios del presente, tanto los ejidatarios de Agua de Correa como los del Coacoyul, localizados en la franja costera, decidieron la marcha al mar, dispuestos a ejercer su derecho como colindantes de la zona federal, a extender el territorio de sus ejidos hasta la zona de vocación turística.
Los ejidatarios de Agua de Correa, más persistentes y visionarios que los del Coacoyul, tomaron la franja costera que se conoce como Playa Larga, una de las primeras que contó con acceso carretero y por eso se ha desarrollado como uno más de los atractivos turísticos para quienes visitan Zihuatanejo.

Son casi medio centenar de familias que se han constituido en empresas de servicios, principalmente de alimentos, que expenden en sus enramadas permanentemente.
Han sido precisamente estas familias quienes están dando vida a un proyecto ecoturístico único en toda la franja costera de la bahía de Potosí. Se llama La Chanequera, un paseo en trajinera aprovechando el canal natural que forma el estero del arroyo de La Chivera. En éste paseo de medio kilómetro entre manglares, los paseantes pueden admirar la rica variedad de aves, conocer los famosos cangrejos gigantes y convivir con fieros cocodrilos.

Más adelante, rumbo a Barra de Potosí el ejido Coacoyul siguiendo el ejemplo de Agua de Correa, se posesionó de la zona federal marítima en linderos con la finca de Las Pozas, una pequeña propiedad de casi 100 hectáreas que la familia Padilla recientemente vendió a un consorcio norteamericano, aunque con indemnización de por medio, luego liberaron.

Pero sin duda la zona más bella y codiciada sigue siendo la que forman la laguna de Potosí el mar y el cerro del Huamilule. Son más de un millón de hectáreas concesionadas recientemente al Fonatur por parte de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes en una acción que también incluye al muelle de Zihuatanejo.

Ambas concesiones a través de las cuales el gobierno federal busca facilitar el acceso a los inversionistas privados, son las que han convocado la unidad de los pobladores de las dos zonas concesionadas quienes reclaman su derecho irrenunciable a ser consultados para tomar decisiones que les afectará de manera irremediable.
Y aunque cada vez resulta más clara la importancia de trabajar por un proyecto de desarrollo alternativo en el que los principales beneficiarios sean los pobladores, bajo el concepto de sustentabilidad, ahora todos coinciden en la importancia de dar la lucha unidos por la revocación de ambas concesiones que tienen por objeto la construcción de muelles para cruceros cuyo impacto será desastroso para esta zona del litoral mexicano donde ahora se puede caminar libremente conviviendo con los delfines que casi a diario pasean a lo largo de la costa, a unos pasos de la playa y donde de vez en cuando las ballenas jorobadas toman por su cuenta el espectáculo de la naturaleza para emoción de los visitantes.

El ecoturismo promovido desde las comunidades podrá ser la alternativa social y productiva más encomiable en términos de ocupación para la población local, pues nadie como sus habitantes que conocen y están familiarizados con su entorno, puede ser la garantía para el cuidado y la preservación del medio ambiente. Si además de la ocupación que pueden tener alquilando sus servicios como guías e intérpretes, recorriendo los paisajes de la laguna y el mar para mostrar sus atractivos, funcionan como vigilantes celosos de los bienes naturales, tanto los habitantes de la localidad como los visitantes saldremos ganando.

La prueba más cercana de las ventajas que tiene el ecoturismo en la zona, es el proyecto privado denominado, Residencial Laúd, que se pretende construir en las inmediaciones de las dos lagunas ya señaladas, en dos predios que suman 120 hectáreas. Se trata de un hotel de calidad especial, lotes residenciales y paseos temáticos para admirar la flora y fauna del lugar.

Si proyectos como el descrito fueran diseñados con y para el beneficio de la comunidad, seguramente que la vigilancia de los lugareños hubiera evitado la equivocada apreciación de los constructores y de la autoridades, quienes vieron en el canal natural que comunica a las dos lagunas sólo un escurrimiento temporal de aguas pluviales, procediendo a rellenarlo con material sólido para facilitar el acceso, ignorando el enorme impacto negativo que tendrá en el complejo lagunar, si en esa parte la obra no se corrige.

Defender para los lugareños y sus visitantes esta parte del litoral mexicano, bien vale un Potosí.

El Sur, 22 de mayo de 2011

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